martes, 25 de noviembre de 2008

GALMAKA

“Evitemos la filosofía que no ríe,
la sabiduría que no hace objeciones, y la grandeza
que no se inclina ante los niños”
Khalil Gibran

De los 4 a los 8 años,
viviendo en un barrio particular de Laudio-Llodio,
asistí a mis primeras clases en una Ikastola clandestina
que había en el barrio.
Allí,
en la ikastola del barrio llamado Galmaka,
estábamos una veintena de chavales-as con una sóla andereño,
una casera de la zona que además del txistu tocaba el piano,
se reía como un yegua,
conducía a toda velocidad un Seat 850 blanco
y atizaba con el palo que no veas.

A veces se enfadaba por cualquier bobada,
se mordía la lengua y empezaba a palos con tanto ímpetu
que le costaba parar.
Sus sobrinos, también alumnos, solían llevarse la peor parte.
Les recuerdo llorando en alto, gritando,
pidiendo a su manera Comprensión, Clemencia y Compasión,
pidiéndole a su tía-profesora que no les pegue más.
No era mala persona,
pero estaba radicalmente confundida, perdida,
equivocada, reprimida y encabronada.

El único recuerdo agradable que tengo de ella
es cuando me enseñó a escribir.
Ella sentada en su silla de madera frente a su mesa y yo,
de pie, entre las dos,
rodeado y agradablemente envuelto al calorcito humano.

Por aquel entonces,
en Laudio y en todas partes estaba prohibido el euskera.
En Galmaka, sin embargo,
un barrio particular en toda la extensión de la palabra,
alejado del centro urbano y en un alto rodeado de pinos y montaña
--con frontón e iglesia también particulares--,
quienes íbamos a la ikastola teníamos prohibido hablar en castellano.
En resumen,
que quienes tenían las pistolas, Franco y sus amigos,
prohibían hablar euskera,
y quienes tenían el poder de darte trabajo o no,
de dejarte vivir en el barrio de alquiler en alguna de aquellas 11 casas
con huerta y divididas para dos familias que eran,
te prohibían hablar la lengua de Cervantes.

Esos años de ikastola aprendí a tocar el txistu o “flauta vasca”
que nos enseñó a quien quisimos la andereño.
El caso es que se me daba bien,
así que el día de San Ignacio,
fiestas en el barrio además del día San Miguel,
tocaba el himno que lleva su nombre en el coro de la Iglesia
dedicada a San Miguel Arcángel.
Iba con camisa blanca, pantalones cortos y más contento que contento,
principalmente porque al acabar la misa
solía tener partido de pelota en el frontón del barrio y me encantaba.
En un momento de la misa, íntegra en euskera,
D. Eustaquio, el cura,
levantaba la mirada y me hacía un gesto con la cabeza.
Entonces yo tomaba aire y empezaba:
"Sol-mi-doo, do-re, do-re, do-re-mii..."
Al final de la misa tocaba el "Agur Jaunak" y rápido para casa,
a coger la pala y al frontón.

Pretender que los Niños y los Jóvenes se parezcan,
imiten y aprendan de los mayores
sin hacer el mismo intento pero a la inversa,
es una señal de decadencia e involución.

1 comentario:

Truely dijo...

Me llegan noticias de algún anónimo ultrasusceptible que al parecer estuvo en la misma Ikastola y se ha sentido ofendido por lo que he manifestado en el blog. Y voy a aclarar algunas cosas aquí mismo:

1- Que alguien se ría como una yegua no implica que lo sea, eso lo entiende cualquiera. 2- El calificativo de "casera", hay que ser retorcido para entenderlo peyorativo. 3- Que, además de en las manos, a más de uno le cayeron palos en las piernas y en el trasero, es una realidad, tan real, como que también te podía dejar encerrado en clase al mediodía sin poder ir a comer, modalidades educativas que probé yo mismo. ¿Que esta persona anónima no lo probó ni lo vio?, puede ser, pero eso no indica que no sucediera ni que lo que cuento sea una "falacia" tal como me ha escrito. 4- Supongo que aprendemos de nuestro errores, y de éstos los hemos cometido todos, por lo que el presente de éstas personas lo desconozco, pero el pasado fué como fué, y no como lo queremos ver a saber porqué. 5- Se puede y bien viene perdonar, pero no olvidar.