jueves, 27 de noviembre de 2008

ANITA Y LUIS OJEDO

“La justicia militar es a la justicia
lo que la música militar es a la música”
Groucho Marx

Hace unos años,
recorriendo Cantabria por Semana Santa con Elena,
llegamos a Ojedo.
Ya era de noche y aún no habíamos encontrado alojamiento.

Vimos un bar a punto de cerrar,
entramos a preguntar y allí nos dieron una sopa riquísima,
nos hablaron de un matrimonio de personas mayores
que alquilaban habitaciones para dormir,
y así conocimos a Anita y a Luis,
dos personas humildes y maravillosas,
de esas que te dan alegría, esperanza y fuerza para seguir el Camino.

Una noche, antes de acostarnos,
estuvimos hablando largo rato y, entre otras cosas,
Luis nos contó lo siguiente:

España, 1936, la Guerra Civil.
Luis trabaja la Tierra en Ojedo y tiene un tractor.
Entonces alguien pensó:
“Si sabe conducir un tractor podrá conducir un tanque”.
Y así fue.
Se lo llevaron y venga, esto funciona así,
el enemigo es aquel y para matar se aprieta aquí.

En el tanque iban dos,
el propio Luis y una persona que se encargaba de la radio.
Como es normal,
hicieron cierta amistad hasta que un día,
¡sorpresa!,
le dicen a Luis que su compañero, el radio,
tenía muchos boletos para ser un infiltrado enemigo.
Le dijeron además,
según nos contó el mismo Luis,
que a la mínima sospecha se lo cargue y le deje tirado donde sea;
Como se dice en estos campos y circunstancias,
“al enemigo ni agua”.

Luis,
que por entonces no tendría 20 años,
sufrió unos días la incertidumbre y la incredulidad;
¿Cómo podía ser que un amigo le pudiera traicionar?

“¿Qué te pasa?”,
preguntaba el radio que le veía extraño.
Luis callaba,
intentaba comprender para saber qué hacer.
Pero una noche,
aprovechando el silencio entre cañonazos de unos y otros,
Luis abrió su corazón y se liberó contando al radio
lo que a su vez le habían dicho a él;
Esto me han dicho y es lo que hay.

El radio también se sinceró y confesó;
pues sí que era un infiltrado.
¿Qué hacemos ahora?
Luis, que es un bendito,
le dejó vivir en paz y encima le ayudó con el tanque a escapar
con peligro de él mismo.

Tiempo después,
Luis fue apresado y llevado a un “Campo de Trabajo”.
Es decir,
un lugar donde se duerme mal, donde hace mucho frío o mucho calor,
donde la higiene brilla por su ausencia, donde la comida y el agua escasean,
donde estás encerrado y el trato es un continuo maltrato,
donde vivir es sufrir y soportar,
donde vivir es prácticamente un milagro.
Aquello era un infierno
donde diariamente fusilaban a una decena de personas
más o menos al azar.

Un día, entre las diez personas elegidas, estaba el amigo Luis.

Era el final.

Ya van caminando hacia el paredón
cuando escucha la voz de alguien que le llama,
un cura con sotana que al parecer le conocía.
“¿No te acuerdas de mi?”,
le pregunta el cura a Luis.
Pues no,
Luis no se acordaba hasta que…
recordó.
Era el radio,
bueno,
ahora era el cura,
en fin,
a saber en realidad qué clase de pájaro era aquél.

Total,
que el cura le sacó del paredón salvándole la vida,
sí,
pero ¿qué vida?,
la misma vida en el "Campo de Trabajo" aún durante años.
El sufrimiento diario acumulado se le quedó grabado de tal forma que,
según sus palabras, hubiera preferido morir.

Anita,
granaína de nacimiento y devota de la Virgen de la Luz,
la Santuca de Cantabria,
que había permanecido respetuosamente silenciosa y atenta
al relato de Luis que sin duda conocía,
al vernos a Elena y a mí de igual talante,
se animó a recitarnos unas poesías.
Aquí va una relacionada con la guerra:


“¿Qué es la Guerra?
Guerra es odio y exterminio entre pueblos y naciones,
devastación y dominio impuesto por los cañones.

Es la barbarie horrorosa,
catastrófica y atroz,
que al Hombre convierte en cosa,
en instrumento feroz.

Es manantial del delirio,
es inhumana, es maldita,
es la que nos precipita hacia el Ganges del martirio.

Guerra son las tiranías,
opresoras del más fuerte,
que matan las alegrías
al convivir con la muerte.

Y por ser así la Guerra,
que lleva en su deforme seno cual víbora su veneno,
evitemos siempre las guerras”.

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